1
Estoy a punto de expirar y mi cabeza es un martillo,
las alarmas no se apagan,
la serenidad es un indocumentado reticente.
Las trastadas me congratulan emperifolladas,
limpiar mis cuadernos es una tarea titánica.
Con la muerte no falleces,
la mancha en el otro lado es un lío.
La tumba es un callejón oscuro.
¿Preparo un discurso sensiblero?
Soslayar la manumisión fue un lanzazo en las zarpas.
2
No es el mobiliario adecuado
en la decoración de la lluvia de belicosos granizos
que caen en esa pampa abandonada
y que hoy es el clon de tu arrobamiento
untado con hielos paranoicos.
Tu dubitativa coraza no afinará esa ojeada azul
que sacia rencores con arrugas y chafarotes,
sitiando esa espiral con yerros concatenados y esplendidos.
El campanazo postrero ausculta una inanición
con ese gustillo a primavera refrescante y sempiterna.
3
Todas las nostalgias enlazadas y azadonadas
se reúnen esta tarde en mi sofá de zopisa.
Bajan desde los rincones, neveros y los terrados,
de a una y en filas, con faros, estruendos, enaguas,
descompases y otros inquilinos no configurados.
Los vagones que partieron no poseen marcha atrás.
En medio del jolgorio ajeno con risas retumbantes
la evocación se va a enfiestar, en mi sofá.
4
Los pentamestres huyen de a uno en un poni
y no tallecerá la prebenda que los reintegre.
Esporádicamente,
comparten un budín sucinto
sobre una fotografía rancia.
5
Mi voz no se escucha en el tumulto.
Mi término la solicita, la repara.
Ningún vocablo aterriza en el meollo del otro.
Mi lengua es agua turbia, agobiante.
Cuando callo me escucho, me avergüenzo.
En la elipsis soy más.
6
Caminar por los pasajes del barrio de mi juventud y alimentarme de la añoranza.
Las bancas roídas como yo, la vieja casa con otros moradores.
Me detengo en el pasaje después de treinta años
y sólo me reconoce a medias el palo de poste.
En medio de la plaza rediseñábamos el planeta,
hacíamos cambios enjabonadores en el gabinete del gobierno,
canonizábamos el concilio ecuménico de Woodstock,
le dábamos de comer algo al perro piojento,
elegíamos un posgrado en el extranjero,
suplicábamos por una cerveza de precio diminuto.
Nos reíamos de los maceteros feos, de los decorados,
de la tos, de las arrugas y de las delimitaciones humanas.
Íbamos a ser un ponedero de proezas y distintivos.
Éramos la nueva generación que vería sin espasmos
a las nuevas decadencias portando sus revelaciones.
Circular por las calles de ese barrio es hundirse
en una película de bajo presupuesto que se fue,
junto con su reparto, a su certeneja sempiterna.
7
Estiré mi mano, ninguno se enteró.
Mil bocas imploran, ninguna oreja escucha.
Fallecí hace seis meses, a nadie le importó.
Si muriera siete veces más, lo mismo sucedería.
8
Desde acá afuera no se ve nada,
adentro, tampoco hay senderos señalizados.
Soy irrelevante y lo que hago es reumático.
¿Quién me suministra de un proyecto vital?
Nada de lo que plasmé es apoteótico.
Al no ser yo lo mismo, ¿soy otro?
¿Por qué recurro con fibras al microcosmos de los por qué?
Mis botas no se aparcan en ningún porotazo
y la modorra tapiza el césped empampirolado
y los albores son un alfiler en el costillar.
Voy a cualquier lado antojadizamente y vuelvo rápido,
con el salvabarros triturado.
¿Cuál es mi canoa, mi libelo?
Me llamo a mi celular y no sé que aseverar.
9
El tumulto pasa y no me avista,
el cernidillo se desata y no me humecta,
Minerva me desahució en el aperitivo,
los caninos no olfatearán mis roñosas vestiduras,
las moscas no reanudan ninguna ronda,
mi comparecencia no modifica el vacío,
la romana continúa tiesa con mi sobrepeso,
en medio de la calle nadie me atropella,
dentro de la jaula el león no me picotea,
galopo y no avanzo un decímetro,
al dormirme no cierro los ojos.
Ni siquiera soy el recuerdo en un retrato.
10
El espejo me habla golpeado,
mi alma se tapa sus oídos,
mis ojos no anhelan advertir lo que se viene.
Me pongo la misma vestidura.
Sigo por el mismo sendero buriel, sin pausas.
11
En el camposanto no hay mendicantes,
sólo hay historias cerradas,
sentencias irreversibles,
el inicio de la infinitud,
la vendimia de cada cual.
12
En el cafetucho espero inanimado el siguiente minuto,
que pase el siguiente peatón enfoscado,
que caigan las hojas desterradas con naturalidad.
El astro rey mimado continúa arriba,
el policía reitera su trazado con el mismo temple,
el desempleo estancado por la labia no es noticia,
la veterana revista no se mueve del kiosco.
El café se enfría y la garzona no se despeina,
las pechugueras y los menuceles no varían su color,
el alma se escarcha en el suspiro.
13
La rabia viene aguijoneada y lijada
deponiéndole los dinteles a la circunspección
y a su archicofradía que todo lo reglamenta.
Remitiéndome al socavón desmirriado y bruno
me infringe mamporros y tajos
como si fueran las gotas de agua de una regadera.
Ya apostada, la ira corroe todo el pradal.
14
Los tediosos noctívagos beben caracolillo negro,
cervezas y usanzas por barriles.
Las bravatas con libreto y plantillas no le dan sapidez al letargo claveteado
y la plomiza boite es una cueva de vampiros liados.
A pesar de las ínfulas de las gruesas cortinas el fastidio iterativo
e interactivo se trasluce con resplandor
y las sillas con dueño aguardan a los mismos.
Nadie es hosco con el vodevil reincidente que agasaja la velada
con números que amenizarían el embotamiento y la acinesia inoxidables.
Los inacabados bocetos personales sirven de cuchumbo
con el que embuchan candiotas de vocablos gastados
por el inexorable crono de los repertorios raídos.
El humazo postrado es la escenografía del piano decrépito
que interpreta melodías mustias con o sin pianista.
El espectáculo no es la envidia de la contrainteligencia.
15
En el sumidero de la incertidumbre y la desventura,
la tristeza se ve mucho más abultada y enlutada.
Las rememoraciones marcan con hierro candente el sombrío presente.
El devenir, en vilo, es vacuo.
El desnivelado vuelo dentro del hoyo es rasante.
El tango es tu himno patrio y en el mediodía prendes velas.
Compungido y con manos con pensamientos recusables.
La respiración es el latido de tu desdicha firme.
No comprendes lo que algunos dicen superar.
Las terapias terrestres son inofensivas
y el Padre no anhela que duermas en el patio trasero de la casa de la mascota.
La caravana de las frustraciones carcomen los residuos
de tu paz de paja molida incinerada.
Eres un deprimido oprimido que no hilvanará ni contrarrestará
las semillas de la barahúnda.
El can te cala y siente lástima por ti.
No eches un vistazo hacia atrás, hacia abajo o hacia el lado.
Sólo debes mirar hacia arriba y hacia adentro.
Si no despegas tus pupilas de la santa cruz
las nebulosas desfilarán con su batuta al acantilado
y a la ansiedad la arrollarán los élitros de la salvación.
Túneles y pasadizos angostos afloran y se disipan.
Calaveras espeluznantes te estrangulan y tu lepra maquina odiosidades
que avivan con bravura ese descanso amotinado por la crisis melodramática.
Los juicios científicos no tarifan las transfiguraciones.
Son incapaces de rentar un albergue colindante con la Paz
y jugar por diez minutos a ser felices,
curioseando al pormenor las losetas del pesebre.
Te desmoronas, y un sol mofletudo te saluda.
16
Cada uno divisó un fantasma y lo colorizó en forma sin igual.
Se aparecen con el paso de la novia
y bailan pericote en el confiable aire pardo.
Unos son presentados como luminarias,
otros, son la morralla de la barra.
Cada uno ensalza su vista estelar
y pasea a sus espectros, con donaire.
17
El zumbido de la esencia lo advierte,
el insomnio lo corrobora,
el vaso de ron es el reflejo,
las lágrimas son mis celadores,
el barranco es mi puerto de destino.
18
El mundo no me puso en mi sitio,
no conllevaré semejante obcecación.
Estoy descolocado, fuera de la pecera.
No le daré otra chance a la sociedad.
Cuando me vaya, no me despediré de nadie.
19
Yo creía, ya no.
Mi panorama era y es el talud.
El escepticismo es mi oráculo,
que me arroja caramelos desde el pretil.
En el pánico mi incredulidad pestañea,
y luego se recompone con disimulo.
20
Me vuelvo a sentar
con mis compinches usuales.
El charloteo redundado no es ameno
y todos me consuelan,
alrededor de este mesón,
de una silla.
21
Algo quiero expresar, y no sé que es.
Sobre ese algo escribiré, y no sé como.
Algo apetezco no oír, sé que es.
Babeo por fugarme de lo escrito sobre ese algo,
a veces no sé como.
22
Me siento en la berma,
no me atrevo a cruzar la calle.
No logro levantar mis estacas,
la tienda se añeja,
mi trasero no se mueve.
23
Las malas noticias llegaron todas juntas,
tomadas de la mano,
fortaleciéndose entre sí,
dándose ánimo unas con otras,
formando líneas de artillería pesada indomables.
Las cureñas se regocijan.
Soy el perímetro de las operaciones.
24
En la tienda de la esquina comprábamos de todo.
Cien gramos de queso, pan, bebidas, tocino.
A mi madre le aprobaban créditos cortos sin trámites.
Don Pocho conocía el apellido de los clientes,
las historias familiares y los deslices enredosos.
Era un protagonista más de la vida del barrio.
Con una sonrisa te vendía diez minutos antes del año nuevo.
Los productos llegaban al mesón, no buscabas nada.
Con el cierre del almacén se fue una parte de mi niñez.
A la cajera del supermercado no le interesa mi biografía.
25
Rígido y melancólico en la otomana,
con la biblioteca nacional entre tus brazos,
tratas de persuadir con ruegos aguzados
a tu alma tronzada y desnaturalizada que vana es la redención.
El ulular interior no ablanda tu arrogancia consumada e ideologizada
por la orfandad enmascarada de tu espíritu.
Tus vetustos escrutinios son un goterón
que te empalan sin peroratas.
26
Con la resignación consiento que se acabó,
que la ampolleta del techo es el confín,
que las ventanas son los únicos angelones.
La lánguida situación es así e inmodificable.
El mortal es el que se rinde, el deuteragonista,
el que se cae de nariz, el desgranzado,
el que cree que volará porque unos pocos vuelan.
La esperanza juega en contra, con bríos.
Hay tres mil pilotos y ocho aviones en la pista,
seguramente unos cuantos se elevarán con éxito.
De tanto cachetear a la resignación
algunos sobreviven un poco más.
27
Trasgos y súcubos pernoctan en mí,
mas no todos a la misma vez, generalmente.
Cuando no es uno el que fastidia es otro, o las turbas férreas.
Son los murallones mismos de la morada.
Expulsarlos es una tarea de titanes.
Todos juntos, te corrompen entero.
Ninguno de ellos se ejercita en la piedad.
28
Una lágrima con sabor a fe
emprende su vuelo por pirámides hundidas,
procurando desbaratar el agobio con los enquiridiones de la victoria.
La congoja se sobrepuso al seísmo,
saliendo robustecida, como es lo consuetudinario.
La apaleen o no es irremecible y billones la usan de lazarillo.
29
Camino al suicidio sin sucumbir jamás,
la existencia misma es el mal y el largo envejecimiento la solfa.
El reto consiste en resucitar la fe.
El alma parida no fallece jamás, el alma redimida no fallece jamás.
Hay un luminoso puente hacia la inmortalidad
y no está tan lejos como para no comenzar a marchar.
30
Me analizó entero.
Hallo mazmorras que ni imaginaba.
Consumí pastillas y terapias todocampistas.
Hay cosas que las veo disparejas.
Nada cambió en el fondo de mí.
La estafa fue azucarada.
31
Estuve a menos de un silbo de no estrellarme,
de no deslizarme por el barranco irremediable.
No aguanté el postrer respiro en mi salseruela,
el último latigazo y marqueo del test.
Tropecé en el antejardín de la gloria,
en donde las muchedumbres se apelotonan
detrás del personudo tango Uno.
Olí el cejijunto umbral, imaginándome debajo de un laurel,
a boca de jarro de un reportero chafardero,
en la tapa de una revista, en algún guiness.
Casi no fracaso.
32
Cuando la muerte se aburre, nos visita sin llamar.
Somos sus mimados, es que conoce bien este lugar.
Todos somos buenos candidatos, no es necesario gritar ni chillar.
Todos los días un desarrapado se nos va.
Marchamos amorrados al mismo lugar.
Nos dan un número azabachado, a todos nos van a citar.
Si huyo de esta existencia detractada,
otro calabacín ocupará mi lugar.
33
¿Y dónde está mi cenotafio? ¿el túmulo de la guinda de la torta?
¿Cuándo el orfeón de los carabineros interpretará a Glen Miller
alrededor de mis huesos oxidados?
¿Por qué el viento pasa de largo, campante?
El cementerio no me condecora ni en mi natalicio.
¿Fui un tris irrelevante? ¿un paso en falso?
¿una pifia del destino?¿un Ferrari sin ruedas?
¿Quiénes irán uniformados a verme?
Al segundo después de fallecer sabré si hice mal.
¿Va a ser mi sepulcro ese comentado buen peldaño?
Otros ven en su sepelio tres días de carnestolendas.
34
Me voy.
Me escapo y me voy.
Las maletas las apegué bajo el dintel.
No lo resistí.
Me la ganó, me arrolló.
Disculpen la estadía.
Como fiambre fastidiaré menos.
Aflojé.
Toda humillación es restaurable, todo pasa.
Todo en esta andadura se supera, lo mío no.
¿Para qué un alargue?
Una malhadada bala es mi trampolín
a una oscuridad más intensa e inacabable.
Me estoy bajando.
El pie de partida de esta fuga quedó atrás,
en el sanguinolento sillón.
Todo decae con las llamaradas.
¿Cómo vuelvo a mí?
35
La banca de la plaza se deteriora con los decenios,
y no por los acontecimientos terrosos o grasientos.
Espectadora rigurosa de los cachondeos, intrigas,
zanganeos, fumadores, cavilaciones y disyunciones.
Es una residente arrinconada, el pelo del rabo de un ratón,
una atalaya ermitaño y estoico.
El ventarrón helado no la corre un centímetro.
La que me vio gatear perdurará.
36
Terminé siendo un solitario, ya no interactúo con los otros.
Los veo caminar y reír, ellos no me divisan.
Soy una estantigua sobre dos pies.
Cuando deshabite el barco nadie se enterará.
37
No volveré a suicidarme otra vez,
ya no seré la estrella de cine de las criptas.
No escucharé los sollozos de buena crianza
y a ese misoneísmo, desde mi ataúd inquiridor.
La ambulancia ya no me trasladará a la morgue,
los policías no telefonearán a mis familiares,
nadie más reconocerá mi rostro seccionado.
El periódico no colocará mi nombre en el más allá.
Guardaré la pistola y defenestraré las municiones,
acribillaré esa crisis mortal explosiva,
finiquitaré al demonio como asesor sicológico,
rehabilitaré mi hígado del alcohol.
Daré la media vuelta o avanzaré hacia atrás,
taparé los hoyos negros que me albergaron.
Con los escombros e ingenio armaré una nueva residencia,
recomponiéndome, volviendo a nacer, resurgiendo.
38
El nicho es mi mayor expectativa,
la pincelada última.
La bola ya no rebotará más.
En el cajón me vestiré bien,
con un retoque estiloso y morigerado.
Las lombrices se lucirán, con un buen vino tinto.
No rascaré la tierra intentando volver.
La calma que buscaba resultó ser su antípoda.
39
El ángel de la muerte no nos avisó,
chocó su automóvil y partió.
Mi hijo transita por los pasillos de la casa,
su lacerada madre lo ve entrar, araña su voz.
Sus veinticinco años los vivió intensamente,
nunca disminuyó la velocidad.
El disco pare no era una señal determinante.
40
Me comprendí a mí mismo y sollocé un siglo.
Desde mí, en mí, una reparación es imposible.
Conocerse es palpar la impotencia, la iniquidad.
Ser uno mismo es una tragedia.
La quietud efímera es un señuelo inquietante.
No me admitiré jamás en este estado ceniciento.
No soy lo que creo que soy, tan persuadido.
En los días terribles soy un energúmeno laureado.
Pasan los bienios y mi perspectiva se ennegrece sin intervalos.
Una semilla de mostaza bien plantada se agiganta.
En la sensatez llevo flores amargas a mi enterramiento.
41
Las orejas me pesan,
a la regadera hay dos leguas aupadas,
las sábanas son de un plomo dulzarrón,
la almohada es parte de mi mejilla
y la campanilla me incita a la ira.
Acecharé las mismas trancas con más telas de araña
y las mismas caras con ojos tapados
que circulan por los mismos pasillos,
comprometiéndome insubsistentemente a no bufar.
La corbata neotérica que ayer adquirí,
de la idéntica marca y color,
escandallará la nota alta que ni yo notaré.
42
En mi itinerario por los bares
voy borrando la superficie de viejos manchones
que brotan con los catecúmenos de la morriña.
Con un trago más rememoro hasta los trallazos de mi lactancia,
el bodegón de mis insolvencias chillonas,
lo insignificante que soy.
43
Si miro la ventana desde afuera
el mundo es finito, porco, malgeniado.
La margarita jura que la florería es una galera.
La celda le comunica al canario lo que es una sociedad de castas.
El refrigerador es estimado porque no polemiza.
El televisor es el anzuelo de nuestra voluntad.
La chimenea calienta lo que se ve del ser.
Los álbumes imprimen el deterioro de los decenios.
En la ducha mi espíritu se serena por quince segundos.
44
Cada vez que me fugo de la turbación
esta me alcanza con sus tentáculos impetuosos y biliosos y sus replicatos.
Mis certezas son un pigmeo ofuscado y me asusto antes de la partida
y el cambio de plató me complica más.
La confederación de aparecidos perspicaces son las cuatro murallas
y el techo de mi embalaje, y soy el bongosero ilustre de los descalabros.
No correré otra vez para no tropezarme
y los saetazos me engoman al suelo infecundo.
Los síntomas me paralizan y me postean y al más mínimo empujón me derrumbo,
ya que la última pateadura de la ringlera
no fue imaginaria ni concisa ni complaciente.
El miedo toma el mando de mí
y me remolca por callejones escorchados con teomanías,
aderezándome para el próximo culebrón brioso.
A la fe que vive en mí
le da vergüenza gritar por el altoparlante su optimismo de hollín.
45
En sus esquinas se paran los jóvenes planificadores. Son improvisadas canchas de tenis, de fútbol y las tablas naturales del encuentro artístico. La raya del medio divide la emoción y los bandos. Los pobres se habituaron a acomodarse, en las calles y callejones de la barriada.
Son el escenario de los cantantes populares, el punto de predicación de los evangelizadores, el centro de los comentarios actualizados. Se aceptan todo tipo de proclamaciones y empanadas, en las calles y callejones de la barriada.
Descansan plácidos los vagabundos y los perros, en la noche fabrican ovejas negras y hot-dogs. Han visto tiesos en el suelo a muchos macanudos, son la columna vertebral de los eventos y las frustraciones, y han galardonado a campeones de rocanrol y de salsa, las calles y callejones de la barriada.
Son de tierra, de alquitrán, de gravilla o de cemento con y sin señales de tránsito. Por cariño y respeto no se desprecia ninguna. Ven crecer a los niños y engordar a las señoras, las calles y callejones de la barriada.
Algunos futbolistas usan zapatillas de oferta, otros usan los mocasines que el Creador les regaló. Los partidos sin árbitro son palpitantes y reñidos. Han parido tantos romances y jaleos de faldas, las calles y callejones de la barriada.
Cuando el alcalde inaugura una plaza moderna o un gimnasio techado, se ponen celosas. Muchas envejecen con talegos de desánimo. Los infortunados le rinden un espontáneo homenaje a las calles y callejones de la barriada.
46
Sentado en mi silla oía al paciente profesor.
Realizaba el mismo número todos los años.
Ambos respetábamos el libreto, la trama.
Efemérides imborrables. Creo que algo aprendí.
En el recreo la silla descansaba de mí, jubilosa.
47
No habría salvación del alma, por eso estoy empantanado.
El sepulturero guarda de a uno a sus caseros
de cara larga y nadie se apresura por acompañarlos
a sus cabañuelas carmesíes y estrenuas.
Mi discurrencia levantó un paredón
alejado del inri y mi fuero interno clama por un trabuquete.
Y habiendo rescate, yo me hospedo en este chamizo pocho,
por las mías, condecorando a los cuervos relumbrantes.
48
No me fío de la nada, entonces, la verdad que es inubicable y que peregrina infatigablemente fuera de mí, se revela, no capturando nada aquel que no bojea y no se achispa fuera de la razón.
Las quimeras encandilan y destruyen, erigiendo dogmas portentosos que los siglos aniquilan cíclicamente, por un orden de aterrizajes forzosos, junto a sus insignes e incendiarias escarapelas.
El hombre como centro es grasa y conchoprimo patizambo,
el capricho cincela divinidades que congenien,
el olfato y los otros sentidos me timan,
mi mente se forma ideas vagas con solemnidad
y al mundo lo retrato mal en todas mis telas, enmohecidas.
49
Otra vez descendí a la torrentera,
los muebles y utensilios se desperdigan por el piso,
el estremecimiento nada dejó en su sitio,
las farolas se apartan de mí,
nadie me recoge.
50
Años antes de bajar al féretro ya estaba demacrado.
Mi espíritu nunca resucitó.
Fui un ser errante, sin destino ni gloria,
en donde mi vanidad tomó esas decisiones
que me trajeron a este tribunal
en calidad de malhechor rematado.
51
A cualquiera le pasa, en un día y hora insospechados,
sin intolerancias ni desvaríos.
De todo sucede, todo acontece.
Y si soy parte de un reparto en la desventura que comparecerá,
no culparé a ese ángel de la guarda
que ya ni me habla.
52
En la base de esta cacimba
se me traspapelaron todas las dilucidaciones.
Una prótesis me mantiene con aire.
Lo escarbé todo y me caí igual.
Prendiendo velas blancas y masticando salmos con sumisión,
me apagué por todos lados.
Por confiar me estanqué aquí y así.
Mi esperanza estaba en esa azotea luminosa
y mis pies los clavasteis en el lodo.
Dios te machaca con amor
porque es muy necesario.
53
La imagen enmarcada cerca de mi cama
me canta, me relata su día.
Abro los ojos y continúa riéndose.
Ahí no envejece ni se desanima.
Oigo su voz en la casa, sus pasos y ruidos en la reja.
Desde el retrato pretende envolverme, tranquilizarme,
contarme que engorda bien.
Yo, me propongo ingresar ahí
y cocinarle esa pizza que tanto le gustaba.
54
Cuando era joven
caminaba solo por las calles,
yendo a ningún lugar.
Soy un adulto con esposa e hijos
y transito por las calles,
yendo a cualquier lugar.
55
El interior es un hotel de piezas oscuras.
El fanal se pasea por los pasillos.
Las puertas se abren por dentro.
De la lugubridad se desprende el contubernio.
Ver pasar la paloma por la ventana no es suficiente.
56
Doblé la esquina
y me tropecé de frente con mi vida
y me puse a gemir y apetecí huir, mas no lo logré.
Me venía a buscar sin piedad.
Me fue irrealizable divorciarme de mi lapso.
Siempre lo es.
57
Los remordimientos se presentan en mi mesa
y no los desdibujo.
Son tantos como las canas y no logro ordenarlos.
Me recriminan y yo los tapo,
con el mantel.
58
Siendo niño traveseaba en la higuera del estacionamiento casi todas las tardes libres. Nos colgábamos, la maltratábamos un poco, era un obelisco y bebíamos jugo en ella. Entre tanto edificio desteñido este árbol era un embajador de la floresta. Siempre animosa, nunca cobró. Un día cualquiera vi como una sierra eléctrica municipal la mató de raíz, con un sumario anómalo. Por mientras la llevaban al basurero en el camión iba por la avenida arrojando historietas, juegos de niños y escenas románticas que se diluyeron en la mesósfera. La higuera pereció empinada, con desazón, con los encargos cumplidos, sin un adiós y con un pañuelo en alto que hamaqueaba.
59
Encontrarse con un amigo de la secundaria
y retroceder treinta años en un segundo.
Rememorar el festival y las risas y esa ilusión de que triunfaríamos en la adultez.
Nuestro desafío era aprendernos bien el paso de baile, besar a la inconquistable.
Especulábamos que éramos bacanes, imperecederos.
Nuestro liceo fiscal era un nido de estrellas.
Recapitular los diecisiete años es ponerse tristón.
Treinta años después y con esta barriga,
ya no canto, no bailo y soy un mediocre ejemplar.
Con honrosas excepciones, las estrellas están en el cielo.
60
¿Prefiero ser un occiso complacido conmigo mismo,
que un vivo con remordimientos de alto calibre?
¿Prefiero ser un viviente complaciente conmigo mismo,
que un occiso con remordimientos de alto calibre?
61
Me despertaré abrumado en la mañana
y no recomenzaré un pugilato ontológico con mi siquis.
Nuevamente no cederé a la tentación de pensar en Ti
una tarde plena y proseguiré con mi vida,
que por ser mía no hay ventura y aquí estoy,
con el corazón machucado y azarado,
y fumando como un ecologista versátil.
62
Hoy soy un otoño más viejo y los amables cuervos me hacen una ronda ensayada,
cantándome el happy birthday con un dudoso entusiasmo.
Aguardan mi minuto concluyente sin paciencia china.
Mi capital y bártulos ya se repartieron
y el gato cree que lo despiezarán con equidad.
Cada achaque fibroso mío es una pena que les alegra la quincena.
Cuando toso sonoramente, agudizan la olfacción y los porcentajes.
En dos o tres tortas más, comenzarán los silletazos
entre mis lisonjeados retoños.
63
Las hojas caen, el tronco continúa firme.
Las próximas floraciones traerán nuevos folios
y nadie conmemorará a esas veneradas hojuelas que cayeron,
con tantos cacharrazos y abatimientos.
Nuevas simientes acarrearán otros bosques,
otros árboles, otros hijuelos, otros onirismos.
El viento barrerá las brácteas y la hojarasca
y con los florecimientos surgirán otros espejismos,
rutilantes, acomedidos y carianchos.
64
La existencia misma es una demencia,
un dolor de cabeza que sobrepasa cualquier racionalidad.
No se explica desde sí, desde aquí.
La vida es la esencia y esta es un retoño de la divinidad,
que nos carcome.
La ansiedad se cura con una esencia encendida
y en la cual la razón va de cantor de antifonarios y nada más.
La subsistencia supera infinitamente el pensamiento cumbre.
65
Con mi número electrónico en la mano
espero a que un cajero me llame.
El tic tac no cede y es despectivo con todos.
Me aproximaré a la ventanilla cuando llegue mi minuto, nunca antes.
Mover el pie por la desazón
o presionar al reloj para que se apure, no es ventajoso.
Claudicar no es una opción.
66
Comen lentamente y beben bastante café.
En todos ellos este velorio es un trámite obligado.
El recuerdo de mi persona durará esta semana.
Yo, recostado en mi ajustado cajón los escucho
hablar de fútbol y de las deudas de la empresa.
El funeral del atorrante es lo más breve posible.
El párroco repite soñoliento la misma peroración
con la misma sensiblería, controlada y pautada.
Sin solicitarlo, aterricé en mi ataúd en un tris.
Lo más fome es la solemne caminata al cementerio.
Una vez enterrado todos reposarán encarnizadamente.
67
El sentido del dolor,
la orla de la verdad,
el descanso del ser,
la trascendencia de la libertad,
la purificación de la persona,
la razón última del ser interno.
68
Rehúyo con un tejemaneje manido
de los gemidos salvíficos del mutismo
y por eso estoy aquí otra vez sentado solo, de etiqueta,
debajo de una mesa redonda hostil,
con un mantel coralino largo,
hasta el piso.
69
El féretro está abierto.
Faltan los últimos retoques.
El portal me toma las medidas.
El alma es una hemeroteca que archiva todo.
Un empujoncito más y me instalo con todo en el otro lado.
70
Qué jeremiadas articularé en ese último minuto
en el que me despido de mi hechura.
Qué observancia me obsequia más con tan poco
o nada en el canasto, en el banquillo póstumo.
Qué rito me liberará de ese lazo que quema
a los que quedan en calidad de impíos.
¿Salvará la sangre preciosa a los que punzaron el evangelio
abandonándolo debajo de la acera adiposa?
¿Desheredaré el infierno con mi pecado predilecto
concertando carnavales en mí y en la rambla?
Por qué nos urgimos con los aparejos de lo cultivado
cuando el enterrador nos ve como un cliente inminente.
Por qué mi ego, convicciones y mis rascacielos sobre la arena,
no me traen ningún tipo de sosiego o baño turco.
Por qué con cada pelo blanco, ese termo llamado gnosis
arde excesivamente cuando estoy astillado.
Por qué no me río del concepto arrepentimiento
con tanto gusto y desembarazo, como esos mozalbillos.
Qué sucedería con mi reputación si adoro a Jesucristo
saltando ufano con una caracola en el limo.
Cuán criminal es acordarse de la cruz en la ancianidad.
Por qué raspo el cielo purísimo con menos irrespeto.
El príncipe de las tinieblas es un humanista obcecado.
El varón veranea relajado cuando idolatra al Nazareno.
71
La eternidad,
que es un componente de mi inventario,
la guardo en mi baúl,
con cerrojos y nombres,
con una profecía de atalayero,
que duerme la siesta
por ahora.
ANTOLOGÍA DE POEMARIOS
http://antologiadepoemarios.blogspot.com
De la antología “Las sotanas de Satán”
http://lassotanasdesatan.blogspot.com
JAIME FARIÑA MORALES
ARICA-CHILE
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en octubre 31, 2022 No hay comentarios:
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